[publicación periódica] Ver los números disponibles Terrorismo [texto impreso] . - [S.l.] : s.l.;s.n., [s.a.]. Corresponde a carpetas colgantes de artículos existentes en Hemeroteca de la Biblioteca Provincial Dr. Victorino de La Plaza Idioma : Español ( spa) Clasificación: | Terrorism
| Clasificación: | H001 Boletines, revistas, etc. de Ciencia y Conocimiento en general en Hemeroteca | Resumen: | CC1. Terrorismo y Guerrilla en la Argentina1
Héctor Ricardo Leis2
Resumo
Tomando como material de análise minhas próprias memórias,
o artigo reflete sobre os vínculos analíticos e empíricos entre os
fenômenos da revolução, da guerrilha e do terrorismo. A análise
das práticas e de concepções de grupos guerrilheiros urbanos
da América Latina, em especial dos Montoneros, na Argentina,
monstra que o terrorismo estava no centro das estratégias políticas daqueles deste grupo desde o seu início. Ao final, rejeita-
-se o dualismo entre práticas terroristas advindas da sociedade
civil ou do Estado e que penaliza apena este segundo segmento,
argumentando-se que ambas foram exercidas contra o conjunto
da Comunidade Política. Por esta razão, todos aqueles que colaboraram de uma ou outra maneira se converteram em cúmplices
e deveriam ser processados legalmente.
Palavras-Chave: Guerrilha, Terrorismo, Revolução, Montoneros, Argentina.
La mayor diferencia entre los modelos de acción de las guerrillas urbana y rural está en la cuestión del terrorismo. Varios
países de América Latina pasaron de un tipo de guerrilla a otro
sin darse cuenta del cambio de valores que sigue a este cambio.
La idealización romántica de la revolución cubana se extendió a ambos modelos, cuando en realidad la urbana es mucho más
terrorismo que guerrilla. Sus miembros pagarían caro ese error.
Los guerrilleros urbanos sólo pensaban en el enemigo, ignoraban
el poder deletéreo del terrorismo para la calidad de la guerra. El
terror es la mejor palanca para una escalada a los extremos de
violencia en los conflictos armados. Carl von Clausewitz, en su conocido libro De la Guerra, comprueba que, en general, las guerras
no llegan a los extremos de violencia, aunque conceptualmente
las mismas implican dinámicas en que, para ganar, los dos lados son llevados hacia los extremos.4
Según el autor, las razones
moderadoras del uso de la violencia son muchas, incluyendo la
presencia de factores morales, y sobre todo que la guerra siempre
se subordina a objetivos políticos. En particular, este último
aspecto supone implícitamente que los agentes conservan a lo
largo del proceso un grado relativamente alto de racionalidad.
Clausewitz no hace referencia a la cuestión del terror, él estudiaba
la guerra convencional de su tiempo.Pero aun así es fácil ver
que, cuando el terror se introduce en el medio de la guerra, la
racionalidad de los actores tiende a eclipsarse y la importancia
de los factores morales y políticos a disminuir, ya que aumenta el
deseo inmediato de venganza. La cual, paradójicamente, se hace
más insaciable cuanto más avanza por el camino del terror.
El terror genera sentimientos profundamente negativos como el miedo y el resentimiento, que alimentan el círculo vicioso de la
venganza de las fuerzas combatientes afectadas. Así, el terrorismo lleva la guerra a los extremos del exterminio cruel del enemigo, dejando cada vez más lejos a los factores políticos y morales iniciales. Sólo la rendición incondicional de uno de los lados,
y no siempre, puede evitar este exterminio. En algunos casos,
como en los Estados totalitarios, incluso después de la eliminación del supuesto enemigo, el terror sigue retroalimentándose a
lo largo de los años.
En su conocido manual, La Guerra de Guerrillas, publicado en el
calor de los combates en Cuba, Che Guevara receta la guerrilla
rural para toda América Latina, rechazando explícitamente el
terrorismo por considerarlo una acción que dificulta el trabajo político con las masas.5
Su opinión reflejaba el consenso del
viejo marxismo, que identificaba al terrorismo tradicionalmente con la derecha y repudiaba la atracción que ejercía sobre los
anarquistas.6
Tras el fracaso de los intentos de guerrilla rural en
los años 60, en América Latina se cambia el curso de la dinámica
revolucionaria del campo a las ciudades. En este nuevo contexto Carlos Marighella publica, en 1969, el Manual del Guerrillero Urbano, un libro de referencia para los distintos grupos del
continente, incluso los argentinos. El líder brasileño caracteriza
las ejecuciones, los secuestros y el terrorismo en general como
modelos de acción legítimos de la guerrilla urbana, concluyendo
con énfasis que “el terrorismo es un arma que el revolucionario
no puede abandonar”.7
Mientras el terror en las zonas rurales era
visto como contraproducente, en las ciudades era elogiado.
El
terrorismo dejó de ser patrimonio de la derecha al final de los
60. Che Guevara murió en 1967, una lástima. Aunque estimuló de manera insensata a la guerrilla en América Latina y en el
mundo, quizás hubiera sido capaz de impedir el giro terrorista
en nuestro continente. Era el único que tenía la autoridad moral
para hacerlo.
La historia del terrorismo demuestra que él no está sujeto a
una ideología. La acción violenta destinada a matar y a producir terror con fines políticos es una práctica que abarca todo el espectro de izquierda y de derecha por igual, a pesar de que su
nombre no siempre sea reclamado de forma explícita, tal como
lo hizo el líder brasileño. Durante el siglo 19 y las primeras décadas del 20 el terrorismo estuvo involucrado principalmente a la
izquierda anarquista y al nacionalismo separatista. Sin embargo,
entre las dos guerras mundiales, los principales responsables
por actos terroristas fueron de la extrema derecha fascista. En
el contexto de la Guerra Fría el terrorismo surgió asociado a movimientos de extrema izquierda revolucionaria o de tipo nacionalista y/o separatista, abarcando tanto a países desarrollados
de Europa, como a subdesarrollados de América Latina, África y
Asia. Por último, en el final del siglo 20 y principio del 21, surgió
el terrorismo basado en la religión, como el de la organización
islámica Al-Qaeda, que atacó las torres del WorldTrade Center.
Este último fue acompañado por la Guerra contra el Terror del
gobierno Bush, que utilizó el concepto como una etiqueta para
identificar a la mayoría de los enemigos de los Estados Unidos,
complicando aún más la comprensión del fenómeno.
Con el terrorismo de Estado pasa lo mismo, cualquier ideología o mentalidad, ya sea de izquierda, de derecha, nacionalista
o religiosa, puede acompañarlo. A pesar de sus diferencias, la
Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin, la China de Mao, la Argentina de Videla, la Serbia de Milosevic, la Camboya de Pol Pot,
y el Irán de Ahmadinejad, entre otros, son Estados igualmente
responsables por actos de terrorismo. Los comentarios anteriores permiten concluir que el fenómeno del terrorismo no debería ser caracterizado por sus objetivos, extremamente variados,
sino por su capacidad para “envenenar” los conflictos llevando
la violencia (y la confusión conceptual) hasta los extremos.
En América Latina, no todas las guerrillas urbanas fueron igualmente terroristas. Los Montoneros de Argentina fueron probablemente el grupo que más adoptó este modelo de acción en los
años 70, mientras que los Tupamaros de Uruguay, los que menos. Por lo tanto, también será distinta la responsabilidad histó-
rica de cada grupo por la instalación de la dialéctica de violencia de cada país.
En esa época nadie pensaba que una organización revolucionaria, aun cuando pusiera bombas y matara personas inocentes, pudiera ser terrorista. Igual que mis compañeros, yo era un
terrorista de alma bella. La verdad es difícil de aceptar no sólo
para aquellos que fueron guerrilleros, sino para la mayoría de
los argentinos. Algunos autores sostienen que durante la dictadura militar, desde Onganía hasta Lanusse, el actor principal de
la lucha revolucionaria fue la guerrilla y no el terrorismo, el cual
aparecería progresivamente a partir de 1974, con el gobierno
constitucional de Isabel Perón. Esta interpretación intenta dividir la lucha armada en dos fases, pero ocurre que en el caso
de Montoneros la lógica e intencionalidades del terrorismo estuvieron presentes desde su primera acción pública: el secuestro y ejecución del general Aramburu, en 1970. Este debate es
fundamental para la comprensión de las responsabilidades en
el proceso de violencia que causó diez mil muertes trágicas –
cuya autoría, en una cuenta aproximada, fue de mil (1000) por
la Triple A,8
mil (1000) por las organizaciones revolucionarias
y ocho mil (8000) por las fuerzas militares de la dictadura de
Videla. Esta es una cuenta que, en la defensa de la dignidad de
la historia argentina, se tendría que haber hecho con precisión y
consenso público hace mucho tiempo. Mostrando falta de coherencia y bies ideológico, esta cuenta no está en la lista de las reivindicaciones de los movimientos o de los organismos estatales
que se ocupan de los derechos humanos en la Argentina.
En la Argentina hubo guerrilla y terrorismo superpuestos casi
desde el comienzo de la violencia revolucionaria. El terrorismo
se presentó con un rostro bien definido en la ejecución del sindicalista peronista Vandor en 1969 (figura principal de la Confederación General del Trabajo - CGT, colaboracionista con la
dictadura de Onganía y adversario de Perón), del general Aramburu en 1970 (arquitecto de la Revolución Libertadora que derrocó a Perón y presidente del gobierno de facto de 1955 a 1958),
del sindicalista peronista Rucci en 1973 (secretario general de
la CGT y aliado muy próximo de Perón), y del ex-ministro Mor
Roig en 1974 (político ajeno al peronismo que como ministro
del gobierno del general Lanusse articuló el pacto que permitió el retorno de la democracia en 1973). Todas las operaciones
fueron realizadas por comandos Montoneros (o que se integrarían después en la organización, como en el caso de Vandor). Los
dos últimos asesinatos fueron perpetrados a pesar del país estar
bajo un régimen democrático, varios años antes de la llegada de
la dictadura militar.
Entre otras cosas, el uso del terrorismo fue facilitado entre
los Montoneros por la amalgama de componentes ideológicos
contradictorios que impedían pensar en estrategias políticas
realistas y coherentes. Al mismo tiempo, estos grandes gestos
terroristas eran funcionales para el crecimiento de la organización, permitiendo sumar militantes de diversas corrientes ideológicas. Ellos podrían venir tanto del catolicismo nacionalista
de derecha, como de la teología de la liberación marxista, del
peronismo revolucionario de derecha como del comunismo, y
otras variantes de la izquierda. Los Montoneros surgieron y consolidaron su organización en el culto a la violencia. Ellos fueron
capaces de matar a todos los que se cruzaron por delante de su
voluntad política, sin importarles su condición, ya sean peronistas o antiperonistas, militares, políticos o sindicalistas.
Sin embargo, soy testigo de que nuestra motivación era noble.
Conservo todavía un recuerdo feliz de mi vida en aquellos años.
Fueron sombríos pero también llenos de desprendimiento, alegría y amor. Yo sé que nuestra intención no era hacer el mal por el mal en sí mismo, pero la “astucia de la razón”, irónica y perversa, pudo convertir hombres buenos en malos, sin darnos tiempo
para tomar conciencia.9
El retorno de este camino sería extremamente difícil para la mayoría, casi imposible.
Los Montoneros ocultaron su ambición de poder por detrás del
liderazgo de Perón, pero cuando se dio su retorno, y él no les
entregó la dirección del movimiento peronista como esperaban,
no dudaron en matar a Rucci para llamar la atención del líder
sobre sus demandas, pero sin reconocer públicamente su autoría. Creían que la condición de revolucionarios les otorgaba el
patrimonio de la historia, por ser dueños de la verdad se permitieron mentirles a sus contemporáneos (en el otro extremo
del espectro político argentino la situación seria semejante, la
historia mundial está llena de ejemplos de este tipo). Del mismo modo, años antes habían matado al general Aramburu para
ser reconocidos como peronistas por Perón y por las masas. Así
como intentaron ocultar la verdad de la muerte de Rucci, en el
caso de Aramburu intentaron hacer desaparecer su cuerpo, con
la supuesta intención de cambiarlo en el futuro por el de Eva
Perón, secuestrado durante el gobierno de Aramburu.
Como Eva Perón murió de muerte natural, la saga de las desapariciones de personas asesinadas con intencionalidad política en
la Argentina del siglo 20 no la incluye. Según mi conocimiento,
esta triste saga comenzó en 1930 con el anarquista Penina, durante el gobierno del general Uriburu; siguió en 1955, con el comunista Ingalinella, en el gobierno del General Perón; continuó
en 1962 con el peronista Vallese durante el gobierno provisional
de Guido (que asumió tras el derrocamiento de Frondizi por los
militares); hasta llegar al cuarto de la lista, el general Aramburu,
cuyo cadáver permanecería desaparecido un mes y medio.
El imaginario de los autores de la larga lista desaparecidos que
vendría después se construyó con base en estos antecedentes.
Debido a que el asesinato de Rucci provocó una acelerada ascensión a los extremos de violencia, envenenando el gobierno de
Perón en plena democracia, este atentado debería considerarse
como el mayor acto terrorista de la guerrilla argentina en los
años 70. Sin embargo, por ser un magnicidio, otro que convocó
igualmente a los demonios fue el de Aramburu. Su cuerpo demoró para descansar en paz. Además del desaparecimiento sufrido
después de su muerte, cuatro años después de enterrado en el
Cementerio de la Recoleta volvería a pasar por lo mismo. Los
Montoneros repitieron la hazaña para continuar insistiendo en
la devolución del cadáver de Eva Perón. La trágica ironía de este
último hecho es que el cuerpo de Evita había sido entregado a
Perón en España tres años antes, en 1971: ¡era el general vivo
que no lo quería traer de vuelta al país, no el general muerto!
Si la primera desaparición del cadáver de Aramburu podía reivindicar alguna legitimidad, la segunda no tenía ninguna razón
más que insultar la memoria de los militares argentinos. En favor de los Montoneros se podría decir que la falta de respeto a
los muertos tiene una larga historia en la Argentina; el cadáver
de Perón tampoco se salvó y tuvo sus manos mutiladas en 1987.
El escenario terrorista argentino de los años 70 tuvo todas las
combinaciones posibles de terrorismo, uno más vinculado a los
movimientos de la sociedad civil, otro más a los organismos estatales, y también casos intermedios, como la Triple A. Todos se
retroalimentaron entre sí. Obviamente, no todos los miembros
del Estado o de la sociedad civil fueron terroristas de la misma
forma a lo largo de la historia. Sin embargo, hubo complicidad
en diversos niveles del Estado y la sociedad civil con el terrorismo producido por los gobiernos de Lanusse, Perón, Isabel Perón,
Videla, Viola y Galtieri. Así como hubo complicidad con el terrorismo de las organizaciones guerrilleras en distintos niveles de la sociedad civil y del Estado (especialmente en el gobierno de
Cámpora y de algunos gobernadores provinciales en 1973).
Es falso afirmar la existencia de un “terrorismo de Estado”, como
si fuera una entidad pura y separada del resto de la sociedad,
tal como pretenden las organizaciones de derechos humanos y
el gobierno de los Kirchner. Un terrorismo no es más o menos
terrorista en función de su origen, sino de su contribución a la
dinámica de terror dentro de una comunidad política. Si un movimiento terrorista, venga de donde venga, pretende exterminar un grupo aislado e indefenso, ya sea nacional, étnico, racial,
religioso, cultural o identitario - como, por ejemplo, armenios,
bosnios, tutsis, gitanos, homosexuales, indígenas, judíos, musulmanes, cristianos, etc. – eso constituye el peor terrorismo imaginable, lo que el derecho internacional llama un crimen contra la
humanidad. Sin embargo, el terrorismo ejercido en un contexto
de guerra o de conflicto por el poder entre grupos armados (de
manera regular o irregular), no constituye un crimen contra la
“humanidad” – a pesar de lo que digan los juristas – sino contra
el colectivo en el que se insertan los beligerantes. En el caso argentino, tanto el terrorismo que venía del Estado como el que
se practicaba desde la sociedad civil eran ejercidos en contra de
la comunidad política argentina. Por lo tanto, a pesar de que los
crímenes individuales puedan ser diferenciados por sentencias
y puniciones legales mayores o menores, el terrorismo de los
Montoneros, la Triple A y la dictadura militar son igualmente
graves, ya que contribuyeron solidariamente a una ascensión a
los extremos de la violencia.
La “humanidad”, como categoría empírica (social, religiosa o política) no existe. Un europeo y un indio de la Amazonia tienen, en
cualquier nivel, más diferencias que similitudes. La humanidad
es sólo una convención moral que, en todo caso, podría identifi-car a aquellos grupos pasivos e impotentes frente a la violencia,
pero nunca a los que participan activamente en los conflictos
armados, como pasó en el caso argentino, donde hubo, sí, víctimas inocentes y ajenas al conflicto, pero que no fueron el objetivo principal del terror, ni de un lado ni del otro. Los museos
“de la memoria” construidos durante el gobierno de los Kirchner registran solamente a las víctimas de un lado, pero no del
otro, ocultando el hecho de la beligerancia compartida. Y para
intentar una mejor construcción del supuesto crimen contra la
humanidad de los militares, sus víctimas son transformadas en
inocentes sin ningún tipo de identificación o vínculo con las organizaciones guerrilleras. En algunos casos este vínculo pudo no
existir, pero cuando existe, en nombre de los derechos humanos
el gobierno está suprimiendo la identidad revolucionaria de los
“compañeros”. No le hace justicia a la historia, ni al compañero
o la compañera, que se recuerde como estudiante o empleado a
quien, por ejemplo, enfrentó a la muerte con el grado de oficial
de los Montoneros.
En resumen, la víctima es una persona, pero el terrorismo se ejerció a través de ella en contra de su comunidad política. Aunque
en menor grado, todos aquellos que colaboraron de una u otra
manera se convirtieron en sus cómplices y, por lo tanto, también deberían ser procesados legalmente. Me pregunto entonces,
¿cuántos deberían estar en el banquillo de los acusados por la
lucha armada estallada en los años 70 en Argentina? Ciertamente, muchos más de los que están. Los argentinos que fueron testigos de aquella época saben que una proporción significativa de
la población, especialmente losjóvenes de la generación de los
años 60, apoyaban a la guerrilla, así como otra parte no menos
significativa, sobre todo de la generación anterior de los años
40, hacía lo mismo con los militares. Preguntémonos también
cuál es el peor terrorismo desde el punto de vista conceptual e
histórico. ¿Es peor aquel realizado en nombre del asalto al poder
o en nombre de la defensa del Estado? No hay ninguna legitimidad en el terrorismo al servicio del asalto al poder en un con texto democrático, como ocurrió en el período de 1973 a 1976,
durante el cual las organizaciones guerrilleras continuaron
comportándose casi de la misma manera que antes con la dicta
dura. Para la guerrilla no peronista nada había cambiado con la
llegada de la democracia. Aunque la guerrilla peronista declaró
una suspensión de sus operaciones armadas, en el caso de los
Montoneros la tregua fue más aparente que real. Formalmente,
la tregua concluiría en septiembre de 1974, pero las ejecuciones
y las grandes acciones de los Montoneros empezaron de manera deliberada un año antes.
El terrorismo no tiene ninguna legitimidad — aun luchando
contra una dictadura — si lo que quieren sus ejecutores es hacer una revolución para imponer nuevas reglas de juego. En este
caso, como bien declaró Thomas Hobbes, el fundador de la teoría política moderna, en su libro Leviatán (1651), la legitimidad
se logra solamente cuando el grupo revolucionario o subversivo
toma el poder, nunca antes. Esto no es reaccionarismo, sino una
obviedad histórica y constitucional: el cambio de las reglas del
juego, especialmente en un sentido revolucionario, no tiene a
priori legitimidad o legalidad, en ningún tipo de régimen político o ideología política. Esto vale tanto para el Estado liberal,
como para el socialista, ya sean democráticos o autoritarios. La
principal obligación del Estado es defender su existencia con
los medios a su alcance. Como afirma Hegel en su Filosofía del
Derecho (1821), el Estado, aunque imperfecto en su realización particular, sigue siendo la institución superior de la historia
humana civilizada. El terrorismo contra el Estado es extremadamente peligroso porque fomenta fuerzas anti-estatales en su
seno que lo degradan rápidamente en la dirección de la barbarie. Paradójicamente, la única alternativa que resta a los grupos
subversivos y terroristas de izquierda para ganar legitimidad,
antes de la toma del poder, viene de la mano del liberalismo que
ellos tanto desprecian. John Locke, fundador reconocido de esa
corriente y cuyas ideas fundamentan las concepciones de derechos humanos y democracia moderna desde el siglo 17, justifica claramente la revuelta de los ciudadanos contra el abuso de poder de los gobernantes. En el Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil (1690), Locke afirma que los hombres tienen derechos
naturales antes de la existencia del Estado, lo que hace posible
la rebelión cuando ellos le son negados, a fin de recuperarlos.
Dicho de otro modo: la revolución solamente es legítima para
restaurar los derechos perdidos, no para imponer nuevos derechos u obligaciones.
Volviendo al caso argentino, la legitimidad de la lucha armada
se agotó el 25 de mayo de 1973, en el momento en el que todos
los presos políticos fueron liberados, después de que el general
Lanusse le hubiera entregado el mando presidencial a Cámpora,
un presidente civil elegido en elecciones limpias, aceptadas por
todos los partidos después de casi veinte años de proscripciones. A partir de ahí la ilegitimidad de los grupos guerrilleros fue
total. Fueron ellos los primeros a llevar el terror a la nueva democracia, un terror que fue respondido enseguida y de la misma
forma por la Triple A, apoyada por el gobierno. Estos terrores
generaron el estado de anarquía que justificaría el golpe militar
de 1976, una intervención que fue deseada por los Montoneros
y otras organizaciones, imaginando que la salida del gobierno
constitucional traería al campo revolucionario un mayor número de fuerzas. La dictadura militar instalada en 1976 decidió
avanzar con ímpetu asesino contra aquellos que habían asumido la lucha revolucionaria, pero la legitimidad acumulada por la
guerrilla en la lucha contra la dictadura militar anterior, había
desaparecido por completo debido a su lucha contra el régimen
democrático constituido en 1973. Por lo tanto, la lucha guerrillera contra la nueva dictadura militar no fue solamente suicida,
sino también ilegítima. Y a pesar de haber sido demoníaca e ilegal, a pesar de haber llegado a extremos a los cuales la guerrilla
nunca llegaría, la lucha de la dictadura contra la subversión fue
legítima. Este juicio no es una mera opinión: por detrás está la
tradición política y democrática occidental. La Argentina de esos
años no tuvo combatientes, ni héroes. La lucha convirtió a todos en víctimas y victimarios recíprocos. Hubo más víctimas en
un lado que en otro, pocos inocentes y muchos culpables. Sin embargo, hubo sentencias solamente para los militares y sus aliados.
Referencias Bibliográficas
ARENDT, Hannah. Sobre a Revolução. Lisboa: Relógio D’Água, 2001.
VON CLAUSEWITZ, Carl. Da Guerra. São Paulo: Martins Fontes, 2010.
CHE GUEVARA, Ernesto. La Guerra de Guerrillas. En: http://www.angelfire.
com/de2/cheguevara/arquivos.htm (leído en 01/06/2012).
MARIGHELlA, Carlos. Manual do Guerrilheiro Urbano. En: http://www.angelfire.com/de2/cheguevara/arquivos.htm (leído en 01/06/2012).
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